Recibido: 9-10-18 | aceptado: 11-12-18 | PDF del artículo | PDF del número completo
Lilliam Ríos*
Este artículo se centra en el surgimiento del caudillo como un ente que emerge en nuestra cultura política desde una posición de legitimidad. Si bien, este líder suele hacer un esfuerzo por ser reconocido como tal, las condiciones coyunturales, los antecedentes históricos y las personas involucradas en el contexto, son elementos fundamentales para la formación propicia de su figura. Por ende, el comprender la naturaleza de nuestra cultura política y el involucramiento de estos elementos en su proceso de creación son las claves para acercarse al porqué de su nacimiento y recurrencia a lo largo de nuestro desarrollo como nación.
Palabras clave: caudillismo, legitimidad, cultura política, Nicaragua, nacimiento del caudillo.
Contenido
1. Introducción
2. Descripción del fenómeno "caudillo"
3. Fundamentos del caudillo presentes en la cultura política nicaragüense
4. Vínculo emocional entre el caudillo y el acaudillado
5. Mecanismos de legitimación en los caudillos nicaragüenses
5. 1. Augusto C. Sandigo
5. 2. Anastasio Somoza García
5. 3. Daniel Ortega Saavedra
5. 4. Arnoldo Alemán Lacayo
6. Búsqueda del caudillo en la actualidad
7. Consideraciones finales
8. Lista de referencias
9. Notas al pie
1. Introducción
2. Descripción del fenómeno "caudillo"
3. Fundamentos del caudillo presentes en la cultura política nicaragüense
4. Vínculo emocional entre el caudillo y el acaudillado
5. Mecanismos de legitimación en los caudillos nicaragüenses
5. 1. Augusto C. Sandigo
5. 2. Anastasio Somoza García
5. 3. Daniel Ortega Saavedra
5. 4. Arnoldo Alemán Lacayo
6. Búsqueda del caudillo en la actualidad
7. Consideraciones finales
8. Lista de referencias
9. Notas al pie
Introducción
En este artículo se analizará el cómo y en qué condicionas surgen y se ven legitimados los caudillos en Nicaragua, con el objetivo de contemplar la hipótesis en donde se asume al caudillismo como un fenómeno natural de nuestra cultura política. Se iniciará comentando el concepto de caudillo, junto con sus características más relevantes. Se contextualizará este concepto dentro de la cultura política nicaragüense, así como las condiciones en donde comúnmente nacen estos líderes. Luego, se formulará el perfil del seguidor del caudillo, el acaudillado y cómo funciona su relación. Posteriormente, se plantearán pequeños estudios de caso, en los que se observará el proceso de legitimación de los caudillos Augusto C. Sandino, Anastasio Somoza García, Daniel Ortega y Arnoldo Alemán. Para finalizar, se abordará brevemente la coyuntura actual con el fin de identificar nuestra recurrencia al caudillo.
2. La figura del caudillo ha sido una de los fenómenos más recurrentes en las dinámicas políticas en la historia de América Latina durante los siglos xix y xx. Al momento de concebir un cambio social o un nuevo tipo de orden nacional, nuestro imaginario se conduce de forma prácticamente automática hacia la idea del líder fuerte y carismático cuya misión es salvarnos a todos. En el caso de Nicaragua, solo cabe mencionar los nombres de José Santos Zelaya, Emiliano Chamorro, Augusto César Sandino, Anastasio Somoza García, Daniel Ortega o Arnoldo Alemán, para comprender que asumimos, de modo casi inconsciente, al caudillismo como la única manera de ejercer poder. Pero antes de entrar en nuestro contexto de forma específica, se debe delimitar lo qué es un caudillo.
2. La figura del caudillo ha sido una de los fenómenos más recurrentes en las dinámicas políticas en la historia de América Latina durante los siglos xix y xx. Al momento de concebir un cambio social o un nuevo tipo de orden nacional, nuestro imaginario se conduce de forma prácticamente automática hacia la idea del líder fuerte y carismático cuya misión es salvarnos a todos. En el caso de Nicaragua, solo cabe mencionar los nombres de José Santos Zelaya, Emiliano Chamorro, Augusto César Sandino, Anastasio Somoza García, Daniel Ortega o Arnoldo Alemán, para comprender que asumimos, de modo casi inconsciente, al caudillismo como la única manera de ejercer poder. Pero antes de entrar en nuestro contexto de forma específica, se debe delimitar lo qué es un caudillo.
Descripción del fenómeno «caudillo»
3. Dado que el término «caudillo» es conformado por un espectro muy amplio de características y acciones, no hay un consenso en el ámbito académico sobre la definición específica del mismo. La elasticidad de este fenómeno es capaz de aplicarse a diversas figuras de la política latinoamericana, aunque estas puedan tener diferencias tajantes entre ellas. Para intentar agruparlos a todos, se resumen en personajes carismáticos, coyunturales, respaldados por un partido político o un cuerpo armado y con tendencias hacia el nepotismo, el populismo y el paternalismo.
4. No obstante, con el fin de comprenderlos, se ha de iniciar con su raíz griega capitellum, la cual significa “el que dirige”. Esta etimología pone en evidencia uno de los principios básicos del caudillismo. El de dirigir o conducir a la población, siendo este el propósito principal del caudillo. Pero para ello, no hace uso de medios directos de coerción. Más bien, utiliza la herramienta del carisma, la única que le permite un gran porcentaje de legitimidad durante su nacimiento.
5. Reafirmo, este líder no es quien, en un principio, obliga a las personas a cumplir sus órdenes con mano dura. Sino que es este personaje que se presenta carismático y con capacidades excepcionales, lleno de mensajes de salvación para el pueblo, con los cuales convence a sus iguales de seguirlo. Metafóricamente, se convierte en un mesías, el pastor de los rebaños abandonados, quien escucha, comprende y ayuda, desde su posición de supuesta superioridad, a todo individuo que esté dispuesto a ser devoto hacia él.
6. Dándole seguimiento a esta línea, Simeón Rizo Castellón, lo describe como “una persona carismática cuyo poder emana de sus propias cualidades, lo ejerce sobre un grupo de personas con características propias, los acaudillados, y aparecen en circunstancias históricas especiales” (2012, p. 26). Al agregar el elemento coyuntural a su figura, el carisma y el discurso que desarrollan, se confirman como instrumentos de legitimación, los cuales responden directamente al descontento y a los ideales de la ciudadanía de su contexto.
7. Es un “hombre del momento”, cuyo liderazgo nace para solucionar una crisis. Mientras esa situación problemática esté presente y el caudillo pueda actuar ante ella, la legitimidad de este último se encuentra asegurada. Ni siquiera es necesaria una ideología delimitada, con desarrollar vagamente un discurso que genere confianza y sensación de cambio en la población, es suficiente.
8. Trasmite la imagen de fortaleza hacia las personas, con el objetivo de mostrar su capacidad de hacerle frente al contexto injusto que se vive, así como a las instituciones o líderes que han decepcionado a las personas. Muchas veces esta fortaleza está respaldada por un ejército leal hacia él. Sin embargo, la militancia que lo apoya no es quien asegura su legitimidad, siendo está basada en la coyuntura y la personalidad del líder.
9. Pedro Castro (2007) se basa en el planteamiento de la fortaleza para enunciar su definición de caudillo, en donde “evoca al hombre fuerte de la política, el más eminente de todos, situado por encima de las instituciones de la democracia formal cuando ellas son apenas embrionarias, raquíticas o en plena decadencia” (p. 10). Por tanto, no es solo este hombre que sobresale de entre todos los demás, sino que también es el único lo suficientemente impetuoso para hacerle frente a las instituciones, yendo, incluso, más allá de ellas. A causa de esto, y si llegan a estar al mando de un país, se vuelve común su tendencia de ejercer el poder de forma autocrática y centralizada, pues las instituciones no tienen la autoridad para regularlos.
10. Retomado la legitimidad momentánea de los caudillos se afirma que, surgen para guiar al pueblo dentro de los contextos críticos. Gran parte de ellos consisten en escenarios donde las instituciones han perdido credibilidad, ya sea por un gobierno que ya no da soluciones, o se ha visto envuelto en eventos que lo desvirtúan a los ojos de la población, o por un régimen dictatorial que reprime sistemáticamente a los ciudadanos. En el primero, puede utilizar medios democráticos para llegar al poder como ocurrió con la elección de Arnoldo Alemán; mientras que, en el segundo, se realiza una destitución armada del antiguo régimen, siempre con el fin de sustituirlo, como en el caso de Daniel Ortega. Sin importar la naturaleza del problema, el caudillo aparece con la “única” salvación para todos y para la Patria, monopolizando las alternativas políticas.
11. Sin embargo, su auge es perenne, su encanto y su fuerza desaparecen a cómo va cambiando el contexto y no posee la habilidad de adaptarse a él. También, de manera predecible y cíclica, ejerce su poder de forma autoritaria, centralista y corrupta, así como es capaz de recurrir a los cuerpos coercitivos del Estado para reprimir las expresiones de reclamo por parte de los ciudadanos, lo cual lo deslegitima de forma rápida. Una vez que es mal visto por la población, esta se decepciona de él como se decepcionó de su líder anterior y, por ende, quedan otra vez como ciudadanos huérfanos a la espera de un nuevo mesías.
12. Entonces, si esta figura nace como una figura coyuntural, llena de vicios del poder y cuyo atractivo se desgasta con el paso del tiempo, ¿por qué sigue surgiendo en nuestra historia? Más importante aún, ¿por qué aún encuentra medios para verse legitimado una y otra vez? Existe la gran posibilidad de que las respuestas a estas preguntas puedan encontrarse en nuestra cultura política, cuyos fundamentos nos condicionan a idolatrar y depender de la idea del caudillo, así como normalizar sus acciones.
4. No obstante, con el fin de comprenderlos, se ha de iniciar con su raíz griega capitellum, la cual significa “el que dirige”. Esta etimología pone en evidencia uno de los principios básicos del caudillismo. El de dirigir o conducir a la población, siendo este el propósito principal del caudillo. Pero para ello, no hace uso de medios directos de coerción. Más bien, utiliza la herramienta del carisma, la única que le permite un gran porcentaje de legitimidad durante su nacimiento.
5. Reafirmo, este líder no es quien, en un principio, obliga a las personas a cumplir sus órdenes con mano dura. Sino que es este personaje que se presenta carismático y con capacidades excepcionales, lleno de mensajes de salvación para el pueblo, con los cuales convence a sus iguales de seguirlo. Metafóricamente, se convierte en un mesías, el pastor de los rebaños abandonados, quien escucha, comprende y ayuda, desde su posición de supuesta superioridad, a todo individuo que esté dispuesto a ser devoto hacia él.
6. Dándole seguimiento a esta línea, Simeón Rizo Castellón, lo describe como “una persona carismática cuyo poder emana de sus propias cualidades, lo ejerce sobre un grupo de personas con características propias, los acaudillados, y aparecen en circunstancias históricas especiales” (2012, p. 26). Al agregar el elemento coyuntural a su figura, el carisma y el discurso que desarrollan, se confirman como instrumentos de legitimación, los cuales responden directamente al descontento y a los ideales de la ciudadanía de su contexto.
7. Es un “hombre del momento”, cuyo liderazgo nace para solucionar una crisis. Mientras esa situación problemática esté presente y el caudillo pueda actuar ante ella, la legitimidad de este último se encuentra asegurada. Ni siquiera es necesaria una ideología delimitada, con desarrollar vagamente un discurso que genere confianza y sensación de cambio en la población, es suficiente.
8. Trasmite la imagen de fortaleza hacia las personas, con el objetivo de mostrar su capacidad de hacerle frente al contexto injusto que se vive, así como a las instituciones o líderes que han decepcionado a las personas. Muchas veces esta fortaleza está respaldada por un ejército leal hacia él. Sin embargo, la militancia que lo apoya no es quien asegura su legitimidad, siendo está basada en la coyuntura y la personalidad del líder.
9. Pedro Castro (2007) se basa en el planteamiento de la fortaleza para enunciar su definición de caudillo, en donde “evoca al hombre fuerte de la política, el más eminente de todos, situado por encima de las instituciones de la democracia formal cuando ellas son apenas embrionarias, raquíticas o en plena decadencia” (p. 10). Por tanto, no es solo este hombre que sobresale de entre todos los demás, sino que también es el único lo suficientemente impetuoso para hacerle frente a las instituciones, yendo, incluso, más allá de ellas. A causa de esto, y si llegan a estar al mando de un país, se vuelve común su tendencia de ejercer el poder de forma autocrática y centralizada, pues las instituciones no tienen la autoridad para regularlos.
10. Retomado la legitimidad momentánea de los caudillos se afirma que, surgen para guiar al pueblo dentro de los contextos críticos. Gran parte de ellos consisten en escenarios donde las instituciones han perdido credibilidad, ya sea por un gobierno que ya no da soluciones, o se ha visto envuelto en eventos que lo desvirtúan a los ojos de la población, o por un régimen dictatorial que reprime sistemáticamente a los ciudadanos. En el primero, puede utilizar medios democráticos para llegar al poder como ocurrió con la elección de Arnoldo Alemán; mientras que, en el segundo, se realiza una destitución armada del antiguo régimen, siempre con el fin de sustituirlo, como en el caso de Daniel Ortega. Sin importar la naturaleza del problema, el caudillo aparece con la “única” salvación para todos y para la Patria, monopolizando las alternativas políticas.
11. Sin embargo, su auge es perenne, su encanto y su fuerza desaparecen a cómo va cambiando el contexto y no posee la habilidad de adaptarse a él. También, de manera predecible y cíclica, ejerce su poder de forma autoritaria, centralista y corrupta, así como es capaz de recurrir a los cuerpos coercitivos del Estado para reprimir las expresiones de reclamo por parte de los ciudadanos, lo cual lo deslegitima de forma rápida. Una vez que es mal visto por la población, esta se decepciona de él como se decepcionó de su líder anterior y, por ende, quedan otra vez como ciudadanos huérfanos a la espera de un nuevo mesías.
12. Entonces, si esta figura nace como una figura coyuntural, llena de vicios del poder y cuyo atractivo se desgasta con el paso del tiempo, ¿por qué sigue surgiendo en nuestra historia? Más importante aún, ¿por qué aún encuentra medios para verse legitimado una y otra vez? Existe la gran posibilidad de que las respuestas a estas preguntas puedan encontrarse en nuestra cultura política, cuyos fundamentos nos condicionan a idolatrar y depender de la idea del caudillo, así como normalizar sus acciones.
Fundamentos del caudillo presentes en la cultura política nicaragüense
13. El caudillo nace gracias a sus características peculiares. Su carisma, su fortaleza, su respaldo militar, su discurso populista y su pericia política durante las coyunturas extremas, son cruciales para sustentar su imagen y conseguir adeptos. No obstante, si no existe un colchón ideológico adecuado dentro de su contexto, todos sus esfuerzos serían en vano. Esto significa que, dentro del imaginario político de la sociedad en donde ocurre el fenómeno del caudillismo, es necesario que existan anteriormente condicionamientos que permitan su legitimación.
14. Estos condicionamientos pueden ser definidos como la “cultura política” de un país. Si una tendencia está concebida como normal en nuestra cultura política, como el paternalismo o el personalismo, nosotros como ciudadanos las aceptamos en el actuar de nuestros líderes y asumimos ese actuar político como nuestro también. En otras palabras, reafirmamos estas conductas como legítimas.
15. Castro define el hecho de la legitimidad específicamente como “una de las dimensiones más críticas de cualquier cultura política (…), esto es, la serie de creencias que conducen a la gente a considerar la distribución del poder político como justa y apropiada para su propia sociedad” (2007, p. 14).
16. La razón por la cual el caudillismo florece con tanta naturalidad, es porque nosotros como nicaragüenses vemos legítimo, incluso justo, esta manera de ejercer poder. Es más, la única manera en que esta figura viciada condense elementos antidemocráticos, populistas y amiguistas, sin verse rechazado por ello, es que estos ya estén presentes en nuestro imaginario político.
17. Dentro de nuestra cultura política existen incontables dinámicas relacionadas al ejercicio del poder, y, por ende, solo se contemplarán las que son consideradas como elementos inseparables del líder carismático. Estas son la base tanto de la legitimidad de él, así como de su actuar.
18. Para empezar, el paternalismo es la asimilación de actitudes protectoras y condescendientes de parte las figuras de autoridad presentes en una institución o un Estado, a la hora de guiar a quien les corresponde. Se genera un binomio, protector-protegido, en donde el último desarrolla grandes niveles de dependencia en relación al primero.
19. Quien haga uso del paternalismo debe darle constante mantenimiento a este vínculo, lo cual puede llevar a acciones y discursos populistas. Gracias a ello, si llega a ocurrir cualquier catástrofe o crisis, las personas se dirigirán en primera instancia hacia él, pidiendo su ayuda, sin haber intentado resolver la situación por sus propios medios. Como líder, el caudillo, no solo se vuelve el referente ético y el garante económico de sus adeptos, sino también el héroe omnipotente en quien pueden confiar sus vidas y su futuro.
20. Sin embargo, estos beneficios no son gratis. Todo “regalo” de parte del caudillo debe ser retribuido con lealtad, gratitud y devoción. Muchos creen que la actitud paternalista y las acciones populistas de un dirigente, son síntomas del buen obrar de este último. Pero, en realidad, los deja en deuda con este y lo peor, desarrolla un vínculo de necesidad hacia él, anulando su derecho de ejercer su ciudadanía de forma activa.
21. Otro fundamento presente en nuestra cultura política, que se reproduce también en el caudillismo, es el autoritarismo, el cual no puede llevarse a cabo sin el nepotismo y el centralismo. Emilio Álvarez Montalván (2003) identifica esta relación y advierte que si bien cualquier líder autoritario acapara el ejercicio del poder y los privilegios que eso conlleva, requiere un círculo de acaudillados incondicionales, que le ayuden a administrar al Estado y a manipular las instituciones. Esto significa que, el autoritarismo que lo caracteriza necesita de acciones de índole nepotista y centralista para surgir y mantenerse.
22. En primer lugar, el nepotismo, el cual es favorecer a familiares o amigos con puestos públicos solo por el vínculo preexistente, propicia la formación y el fortalecimiento de la elite política leal y obediente al líder. Usualmente, este forma su gabinete asignando cargos a sus hijos, hijas, hermanos, hermanas, esposas y amigos, con el fin de mantener un núcleo íntimamente afiliado que asegure su hegemonía.
23. A causa de ello, no existen los verdaderos partidos políticos, sino más bien grupos de afinidad hacia el líder autoritario. Álvarez Montalván asegura que “esa práctica, además de constituir privilegios que rompen la igualdad de oportunidades, afecta la eficiencia del funcionario y convierte al favorecido en un dócil cómplice del pariente que le nombró y en parásito de la administración pública” (2003, p. 114). Se puede decir, que el nepotismo no solo perturba las posibilidades de otras personas igual o más capacitadas para acceder a puestos en el Estado, también infecta las instituciones con el servilismo hacia el caudillo, anteponiendo los intereses personales de este antes que los de la población.
24. Además, del nepotismo que contamina las instituciones estatales desemboca el centralismo. Dentro de este se puede observar como el mismo círculo fiel al caudillo acapara las funciones administrativas, acumulándolas en un solo poder central. Por ende, excluye cualquier otro tipo de fuerza política e incluso, elimina los intentos de oposición. Además, suelen apoderarse de medios de comunicación y de los espacios culturales.
25. Gracias al centralismo, las personas que se encuentran en las instituciones poseen mucha libertad a la hora de crear, reformar y aplicar regulaciones con el propósito de beneficiar a unos y perjudicar a otros. Uno puede encontrar ejemplos de esto en los innumerables casos en donde se ha extendido el periodo presidencial o eliminado las normas concernientes a la reelección, con el fin de asegurar la continuidad del caudillo. No solo eso, en nuestra historia es común que un funcionario público o el mismo presidente, se enriquezcan haciendo uso de los fondos del Estado, los cuales estaban destinados a proyectos de carácter nacional, y muchas veces, quedando impunes de sus actos.
26. Esta tendencia de priorizar intereses personales sobre el deber administrativo; en otras palabras, la corrupción es solo un pequeño síntoma del gran padecimiento que afecta a nuestra cultura política. A causa que raramente nos hemos cuestionado como sociedad el proceder de nuestros cabecillas, el cual va directamente hacia la autocracia, el nepotismo y el centralismo, ha quedado impreso en nuestro imaginario político como la única manera de ejercer poder y asumimos que todos estos vicios son naturales del Estado y las instituciones.
27. No obstante, la corrupción es claramente de las pocas acciones que puede deslegitimar a un gobierno. Si bien apropiarse de los bienes estatales es frecuente en nuestro proceder político, una vez que es descubierto, es mal visto por la población. Nadie cuestiona ninguna de las otras tendencias, pero sí la corrupción, pues rompe con la percepción de “sistema justo” o “dirigente honesto” que solemos concebir. Toleramos el nepotismo y el centralismo, siempre y cuando quienes forman parte de él hagan lo “correcto”.
28. Asimismo, cuando un gobierno autoritario muta a una dictadura, también se comienza a gestar la desaprobación de parte de los ciudadanos. El líder autoritario puede enfocar sus políticas represivas a sectores específicos, crear la imagen de un enemigo y acusar a otras naciones de injerencistas, pero no puede proceder de manera tiránica indiscriminadamente hacia los habitantes. Va en contra de lo previamente “acordado” y viola con el trato social informal del autoritarismo, el cual perdona cualquier vicio ya presente en nuestra cultura política a cambio de un caudillo fuerte. Pero, si se convierte en dictador, este se ve instantáneamente deslegitimado.
29. Entonces, tanto la corrupción como la tiranía son los extremos que llevan al desencanto de la población. Pero ¿cómo es posible que solo ante estas situaciones críticas cuestionamos el actuar de nuestros dirigentes? Es más, ¿por qué solo buscamos “mejorar” los síntomas y no curar la enfermedad presente en nuestra cultura política?
30. El personalismo puede ser la explicación a estos paradigmas. Es solo otro elemento presente en nuestra cultura política. Sin embargo, este puede ser la clave para comprender porque hemos interiorizados actitudes paternalistas, autoritarias, nepotistas, centralistas y populistas de parte de nuestros dirigentes como un actuar político normal. Todo lo mencionado anteriormente depende de cómo aceptamos el poder, y en nuestro caso, lo hemos acatado históricamente como algo subjetivo y personal. Álvarez Montalván conceptualiza al personalismo:
31. El personalismo lleva a las personas a confundir a su dirigente con el partido o movimiento político, y, por ende, la lealtad se desarrolla hacia el caudillo, no hacia los ideales que en teoría defiende. Esto puede causar problemas de sucesión (pues el carisma no se hereda), así como divisiones en los partidos políticos, ya que todos desean el protagonismo. Bajo el personalismo, las crisis políticas también son crisis de personalidades, en donde la falta de liderazgo personalizado o la deslegitimación de un caudillo, puede llevar a las sociedades a situaciones extremas sin tener un rumbo aparente.
32. Cuando un líder surge en nuestro sistema, personificamos el ejercicio político. Lleva un nombre y un rostro, y suele dirigirse a nosotros con familiaridad, pues los discursos suelen estar cargados de paternalismo y populismo. El ejercicio del poder es algo subjetivo para nosotros, no institucional.[1] Asumimos a las personas más eficaces que las instituciones, y hasta permitimos que las sobrepasen sin problema alguno, desembocando en los problemas de autoritarismo, nepotismo y centralismo que hemos mencionado antes, solo por su carisma y posición política.
33. Incluso, como ciudadanos estamos dispuesto a acatar sus caprichos como mandatos formales. Pero ¿por qué? Si bien ya se ha visto cómo su carisma, su promesa de salvación y su actuar populista aseguran una gran cantidad de adeptos, debe existir algo más sustancioso que permita que la relación entre él y sus acaudillados prolifere.
34. Es una necesidad, y es la necesidad emocional de crear un vínculo, tanto del lado del líder, como del acaudillado, la cual permite una relación satisfactoria para ambas partes. Esta satisfacción, no solo es de carácter social o económica, sino que va hasta la psicología de las personas, en donde podemos observar el verdadero origen de la tendencia personalista existente en nuestra cultura política, así como el sustento para el nacimiento del caudillo.
14. Estos condicionamientos pueden ser definidos como la “cultura política” de un país. Si una tendencia está concebida como normal en nuestra cultura política, como el paternalismo o el personalismo, nosotros como ciudadanos las aceptamos en el actuar de nuestros líderes y asumimos ese actuar político como nuestro también. En otras palabras, reafirmamos estas conductas como legítimas.
15. Castro define el hecho de la legitimidad específicamente como “una de las dimensiones más críticas de cualquier cultura política (…), esto es, la serie de creencias que conducen a la gente a considerar la distribución del poder político como justa y apropiada para su propia sociedad” (2007, p. 14).
16. La razón por la cual el caudillismo florece con tanta naturalidad, es porque nosotros como nicaragüenses vemos legítimo, incluso justo, esta manera de ejercer poder. Es más, la única manera en que esta figura viciada condense elementos antidemocráticos, populistas y amiguistas, sin verse rechazado por ello, es que estos ya estén presentes en nuestro imaginario político.
17. Dentro de nuestra cultura política existen incontables dinámicas relacionadas al ejercicio del poder, y, por ende, solo se contemplarán las que son consideradas como elementos inseparables del líder carismático. Estas son la base tanto de la legitimidad de él, así como de su actuar.
18. Para empezar, el paternalismo es la asimilación de actitudes protectoras y condescendientes de parte las figuras de autoridad presentes en una institución o un Estado, a la hora de guiar a quien les corresponde. Se genera un binomio, protector-protegido, en donde el último desarrolla grandes niveles de dependencia en relación al primero.
19. Quien haga uso del paternalismo debe darle constante mantenimiento a este vínculo, lo cual puede llevar a acciones y discursos populistas. Gracias a ello, si llega a ocurrir cualquier catástrofe o crisis, las personas se dirigirán en primera instancia hacia él, pidiendo su ayuda, sin haber intentado resolver la situación por sus propios medios. Como líder, el caudillo, no solo se vuelve el referente ético y el garante económico de sus adeptos, sino también el héroe omnipotente en quien pueden confiar sus vidas y su futuro.
20. Sin embargo, estos beneficios no son gratis. Todo “regalo” de parte del caudillo debe ser retribuido con lealtad, gratitud y devoción. Muchos creen que la actitud paternalista y las acciones populistas de un dirigente, son síntomas del buen obrar de este último. Pero, en realidad, los deja en deuda con este y lo peor, desarrolla un vínculo de necesidad hacia él, anulando su derecho de ejercer su ciudadanía de forma activa.
21. Otro fundamento presente en nuestra cultura política, que se reproduce también en el caudillismo, es el autoritarismo, el cual no puede llevarse a cabo sin el nepotismo y el centralismo. Emilio Álvarez Montalván (2003) identifica esta relación y advierte que si bien cualquier líder autoritario acapara el ejercicio del poder y los privilegios que eso conlleva, requiere un círculo de acaudillados incondicionales, que le ayuden a administrar al Estado y a manipular las instituciones. Esto significa que, el autoritarismo que lo caracteriza necesita de acciones de índole nepotista y centralista para surgir y mantenerse.
22. En primer lugar, el nepotismo, el cual es favorecer a familiares o amigos con puestos públicos solo por el vínculo preexistente, propicia la formación y el fortalecimiento de la elite política leal y obediente al líder. Usualmente, este forma su gabinete asignando cargos a sus hijos, hijas, hermanos, hermanas, esposas y amigos, con el fin de mantener un núcleo íntimamente afiliado que asegure su hegemonía.
23. A causa de ello, no existen los verdaderos partidos políticos, sino más bien grupos de afinidad hacia el líder autoritario. Álvarez Montalván asegura que “esa práctica, además de constituir privilegios que rompen la igualdad de oportunidades, afecta la eficiencia del funcionario y convierte al favorecido en un dócil cómplice del pariente que le nombró y en parásito de la administración pública” (2003, p. 114). Se puede decir, que el nepotismo no solo perturba las posibilidades de otras personas igual o más capacitadas para acceder a puestos en el Estado, también infecta las instituciones con el servilismo hacia el caudillo, anteponiendo los intereses personales de este antes que los de la población.
24. Además, del nepotismo que contamina las instituciones estatales desemboca el centralismo. Dentro de este se puede observar como el mismo círculo fiel al caudillo acapara las funciones administrativas, acumulándolas en un solo poder central. Por ende, excluye cualquier otro tipo de fuerza política e incluso, elimina los intentos de oposición. Además, suelen apoderarse de medios de comunicación y de los espacios culturales.
25. Gracias al centralismo, las personas que se encuentran en las instituciones poseen mucha libertad a la hora de crear, reformar y aplicar regulaciones con el propósito de beneficiar a unos y perjudicar a otros. Uno puede encontrar ejemplos de esto en los innumerables casos en donde se ha extendido el periodo presidencial o eliminado las normas concernientes a la reelección, con el fin de asegurar la continuidad del caudillo. No solo eso, en nuestra historia es común que un funcionario público o el mismo presidente, se enriquezcan haciendo uso de los fondos del Estado, los cuales estaban destinados a proyectos de carácter nacional, y muchas veces, quedando impunes de sus actos.
26. Esta tendencia de priorizar intereses personales sobre el deber administrativo; en otras palabras, la corrupción es solo un pequeño síntoma del gran padecimiento que afecta a nuestra cultura política. A causa que raramente nos hemos cuestionado como sociedad el proceder de nuestros cabecillas, el cual va directamente hacia la autocracia, el nepotismo y el centralismo, ha quedado impreso en nuestro imaginario político como la única manera de ejercer poder y asumimos que todos estos vicios son naturales del Estado y las instituciones.
27. No obstante, la corrupción es claramente de las pocas acciones que puede deslegitimar a un gobierno. Si bien apropiarse de los bienes estatales es frecuente en nuestro proceder político, una vez que es descubierto, es mal visto por la población. Nadie cuestiona ninguna de las otras tendencias, pero sí la corrupción, pues rompe con la percepción de “sistema justo” o “dirigente honesto” que solemos concebir. Toleramos el nepotismo y el centralismo, siempre y cuando quienes forman parte de él hagan lo “correcto”.
28. Asimismo, cuando un gobierno autoritario muta a una dictadura, también se comienza a gestar la desaprobación de parte de los ciudadanos. El líder autoritario puede enfocar sus políticas represivas a sectores específicos, crear la imagen de un enemigo y acusar a otras naciones de injerencistas, pero no puede proceder de manera tiránica indiscriminadamente hacia los habitantes. Va en contra de lo previamente “acordado” y viola con el trato social informal del autoritarismo, el cual perdona cualquier vicio ya presente en nuestra cultura política a cambio de un caudillo fuerte. Pero, si se convierte en dictador, este se ve instantáneamente deslegitimado.
29. Entonces, tanto la corrupción como la tiranía son los extremos que llevan al desencanto de la población. Pero ¿cómo es posible que solo ante estas situaciones críticas cuestionamos el actuar de nuestros dirigentes? Es más, ¿por qué solo buscamos “mejorar” los síntomas y no curar la enfermedad presente en nuestra cultura política?
30. El personalismo puede ser la explicación a estos paradigmas. Es solo otro elemento presente en nuestra cultura política. Sin embargo, este puede ser la clave para comprender porque hemos interiorizados actitudes paternalistas, autoritarias, nepotistas, centralistas y populistas de parte de nuestros dirigentes como un actuar político normal. Todo lo mencionado anteriormente depende de cómo aceptamos el poder, y en nuestro caso, lo hemos acatado históricamente como algo subjetivo y personal. Álvarez Montalván conceptualiza al personalismo:
Expresado en el campo político, en la promoción y adhesión a una persona, (propia o ajena) más que a una causa. En consecuencia, desarrolla incondicionalidad hacia determinado personaje a quien no reconoce defecto alguno y a quien considera pieza indispensable para la propia realización y seguridad del devoto (2003, p. 85).
31. El personalismo lleva a las personas a confundir a su dirigente con el partido o movimiento político, y, por ende, la lealtad se desarrolla hacia el caudillo, no hacia los ideales que en teoría defiende. Esto puede causar problemas de sucesión (pues el carisma no se hereda), así como divisiones en los partidos políticos, ya que todos desean el protagonismo. Bajo el personalismo, las crisis políticas también son crisis de personalidades, en donde la falta de liderazgo personalizado o la deslegitimación de un caudillo, puede llevar a las sociedades a situaciones extremas sin tener un rumbo aparente.
32. Cuando un líder surge en nuestro sistema, personificamos el ejercicio político. Lleva un nombre y un rostro, y suele dirigirse a nosotros con familiaridad, pues los discursos suelen estar cargados de paternalismo y populismo. El ejercicio del poder es algo subjetivo para nosotros, no institucional.[1] Asumimos a las personas más eficaces que las instituciones, y hasta permitimos que las sobrepasen sin problema alguno, desembocando en los problemas de autoritarismo, nepotismo y centralismo que hemos mencionado antes, solo por su carisma y posición política.
33. Incluso, como ciudadanos estamos dispuesto a acatar sus caprichos como mandatos formales. Pero ¿por qué? Si bien ya se ha visto cómo su carisma, su promesa de salvación y su actuar populista aseguran una gran cantidad de adeptos, debe existir algo más sustancioso que permita que la relación entre él y sus acaudillados prolifere.
34. Es una necesidad, y es la necesidad emocional de crear un vínculo, tanto del lado del líder, como del acaudillado, la cual permite una relación satisfactoria para ambas partes. Esta satisfacción, no solo es de carácter social o económica, sino que va hasta la psicología de las personas, en donde podemos observar el verdadero origen de la tendencia personalista existente en nuestra cultura política, así como el sustento para el nacimiento del caudillo.
Vínculo emocional entre el caudillo y el acaudillado
35. Como se ha mencionado antes, al observar el fenómeno del caudillismo, uno ha de analizar no solo la figura líder carismático y la coyuntura en donde surge, también la cultura política de ese momento, la cual lo legitima. Sin embargo, existe otro elemento que es imprescindible: los acaudillados. Es más, el caudillismo solo puede ser entendido si se contemplan estos tres fundamentos: los caudillos, la cultura política de la cual nace y los acaudillados que lo siguen.
36. Simeón Rizo Castellón define a los acaudillados como “personas con ciertas características de personalidad que les permiten subordinarse al poder personal y obtener directa o indirectamente beneficios psicológicos, económicos y sociales” (2012, p. 45). Como seguidores, pueden ser cercanos al caudillo, o no conocerlo en absoluto; sin embargo, siempre forman un vínculo íntimo con el primero, el cual les asegura un horizonte de tranquilidad y satisfacción personal. Se necesitan mutuamente para existir y conforman un binomio en donde la lealtad y la devoción de los subordinados es pagada con actos populistas o nepotistas de parte del líder. No obstante, esta relación va más allá de cualquier beneficio económico y social que se le pueda otorgar a este grupo apadrinado. Este lazo posee un carácter psicológico, sin el cual no sería posible ni concebirlo.
37. Consiste en un enlace basado en la confianza. Los acaudillados le confían su vida, su nación y su futuro a los caudillos, con la esperanza que este resuelva todas las problemáticas que los perturban. Este mesías aprovecha las necesidades de las personas y les da respuesta, para que estas no se vean con la angustia de satisfacerlas por su cuenta. Todas las carencias personales, las ansiedades relacionadas al porvenir e incluso sus parámetros morales pueden ser alimentados por las palabras e ideales de su líder.
38. En nuestro imaginario político ya existe la figura del caudillo como una realidad inevitable y aceptada como una verdad, es reconocido como una necesidad social y política para organizarnos en un Estado, siendo el caos la otra opción. También, es considerada una necesidad y realidad emocional, en donde es un consuelo y un soporte emocional y moral dentro de nuestra psique. “Los acaudillados proyectan sus ilusiones, esperanzas y deseos en que una persona capaz de comprenderlos, les realizará sus sueños ya que no se sienten con la fuerza suficiente para realizar sus aspiraciones por su propio esfuerzo” (Rizo Castellón, 2012, p. 51). Este vínculo, no consiste en una relación racional, sino más bien de carácter intrapersonal, complejo y lleno de experiencias vitales e íntimas.
39. Como acaudillados sentimos orgullo y nos jactamos de nuestro caudillo y el vínculo que tenemos con él. Por ende, cuando este falla, cuando no cumple con nuestras expectativas o peor, cuando se ve envuelto en actos de corrupción o tiranía, nuestra confianza en él se rompe y nos vemos otra vez abandonados en este mundo. Instantáneamente, nos encontramos de nuevo con los sentimientos de angustia e incertidumbre que teníamos antes de, agregándole la decepción y la sensación de abandono que nos generó el error de nuestro mesías.
40. Una vez más, nos encontramos huérfanos tanto política como emocionalmente. No solo eso, Rizo Castellón comenta que este:
41. Esto significa que no solo la deslegitimación del caudillo ocurre como una reacción emocional ligada a este sentimiento de orfandad, sino también, a causa de ello, culpamos al líder de cualquier tipo de carencias individuales o colectivas. Al enfrascarnos en cómo nuestro cabecilla nos ha traicionado, no contemplamos la posibilidad de que sus fallas están basadas en nuestra cultura política y nuestro actuar como ciudadanos. Solo vemos los errores personales de ellos, cuando en realidad deberíamos comenzar a contemplarlos como patrones en nuestro actuar político. Si logramos aplicar esa nueva perspectiva, podría existir la posibilidad de prevenir la recurrencia de estas situaciones.
36. Simeón Rizo Castellón define a los acaudillados como “personas con ciertas características de personalidad que les permiten subordinarse al poder personal y obtener directa o indirectamente beneficios psicológicos, económicos y sociales” (2012, p. 45). Como seguidores, pueden ser cercanos al caudillo, o no conocerlo en absoluto; sin embargo, siempre forman un vínculo íntimo con el primero, el cual les asegura un horizonte de tranquilidad y satisfacción personal. Se necesitan mutuamente para existir y conforman un binomio en donde la lealtad y la devoción de los subordinados es pagada con actos populistas o nepotistas de parte del líder. No obstante, esta relación va más allá de cualquier beneficio económico y social que se le pueda otorgar a este grupo apadrinado. Este lazo posee un carácter psicológico, sin el cual no sería posible ni concebirlo.
37. Consiste en un enlace basado en la confianza. Los acaudillados le confían su vida, su nación y su futuro a los caudillos, con la esperanza que este resuelva todas las problemáticas que los perturban. Este mesías aprovecha las necesidades de las personas y les da respuesta, para que estas no se vean con la angustia de satisfacerlas por su cuenta. Todas las carencias personales, las ansiedades relacionadas al porvenir e incluso sus parámetros morales pueden ser alimentados por las palabras e ideales de su líder.
38. En nuestro imaginario político ya existe la figura del caudillo como una realidad inevitable y aceptada como una verdad, es reconocido como una necesidad social y política para organizarnos en un Estado, siendo el caos la otra opción. También, es considerada una necesidad y realidad emocional, en donde es un consuelo y un soporte emocional y moral dentro de nuestra psique. “Los acaudillados proyectan sus ilusiones, esperanzas y deseos en que una persona capaz de comprenderlos, les realizará sus sueños ya que no se sienten con la fuerza suficiente para realizar sus aspiraciones por su propio esfuerzo” (Rizo Castellón, 2012, p. 51). Este vínculo, no consiste en una relación racional, sino más bien de carácter intrapersonal, complejo y lleno de experiencias vitales e íntimas.
39. Como acaudillados sentimos orgullo y nos jactamos de nuestro caudillo y el vínculo que tenemos con él. Por ende, cuando este falla, cuando no cumple con nuestras expectativas o peor, cuando se ve envuelto en actos de corrupción o tiranía, nuestra confianza en él se rompe y nos vemos otra vez abandonados en este mundo. Instantáneamente, nos encontramos de nuevo con los sentimientos de angustia e incertidumbre que teníamos antes de, agregándole la decepción y la sensación de abandono que nos generó el error de nuestro mesías.
40. Una vez más, nos encontramos huérfanos tanto política como emocionalmente. No solo eso, Rizo Castellón comenta que este:
(…) sentimiento de orfandad, al fallar la persona en quien depositó sus esperanzas, la seguridad que se le derrumba al no tener el sustento el hombre fuerte, la incapacidad personal, por inmadurez de manejar su pobre autoestima, hace que el ex jefe sea el culpable de sus incapacidades (2012, p. 60).
41. Esto significa que no solo la deslegitimación del caudillo ocurre como una reacción emocional ligada a este sentimiento de orfandad, sino también, a causa de ello, culpamos al líder de cualquier tipo de carencias individuales o colectivas. Al enfrascarnos en cómo nuestro cabecilla nos ha traicionado, no contemplamos la posibilidad de que sus fallas están basadas en nuestra cultura política y nuestro actuar como ciudadanos. Solo vemos los errores personales de ellos, cuando en realidad deberíamos comenzar a contemplarlos como patrones en nuestro actuar político. Si logramos aplicar esa nueva perspectiva, podría existir la posibilidad de prevenir la recurrencia de estas situaciones.
Mecanismos de legitimación en los caudillos nicaragüenses
42. Como se ha abordado antes, la cultura política nicaragüense tiene los elementos suficientes para propiciar el surgimiento y fortalecimiento del caudillismo. También consta con los líderes carismáticos y los ciudadanos huérfanos necesarios para crear este fenómeno. Por tanto, no es de extrañar que nuestra historia esta colmada de este fenómeno.
43. Es más, casi pareciera que dejamos a un caudillo para caer en los brazos del otro. Incluso, se puede decir que no concebimos los cambios sociales y las reformas políticas cruciales, sin la presencia de este pastor. Hemos llegado al punto en donde no importa que tan diferentes sean las coyunturas, ellos aún tienen todas las condiciones para surgir y ser legitimados por la población.
44. Pero, teniendo nuestra sociedad tantas experiencias fallidas referente a estos líderes, ¿cómo es posible que caigamos siempre en el mismo truco? La respuesta a ello pueden ser los mecanismos de legitimación que se usan en el caudillismo.
45. El nacimiento de un caudillo no es algo instantáneo, lleva su tiempo. Utiliza diversos mecanismos para verse legitimado por la población mientras aspira por un cargo donde pueda ejercer poder. Muchos usan el populismo, otros suman también su fuerza militar a la ecuación, e incluso, hay quienes utilizan su capital económico para ganar adeptos. Sin importar el modo, el fin es el mismo: ser considerado un líder dentro del imaginario político de los ciudadanos.
46. Para comprender estos esfuerzos de parte de estos cabecillas y sus allegados, se analizarán los mecanismos de legitimación que utilizaron cuatro caudillos a lo largo de la historia nicaragüense. Augusto C. Sandino, Anastasio Somoza García, Daniel Ortega y Arnoldo Alemán serán retomados, así como uno de los muchos medios con los cuales buscaron la aceptación del pueblo nicaragüense.
47. Cabe recordar que el objetivo de este trabajo no es profundizar sobre la vida de ellos, o sobre sus mandatos (si los tuvieron), ni mucho menos crear juicios de valor sobre sus acciones. Más bien, solo se limita a describir cómo surge el fenómeno del caudillismo en Nicaragua y cómo se ve legitimado.
48. Como se ha abordado antes, la cultura política nicaragüense tiene los elementos suficientes para propiciar el surgimiento y fortalecimiento del caudillismo. También consta con los líderes carismáticos y los ciudadanos huérfanos necesarios para crear este fenómeno. Por tanto, no es de extrañar que nuestra historia esta colmada de este fenómeno.
49. Es más, casi pareciera que dejamos a un caudillo para caer en los brazos del otro. Incluso, se puede decir que no concebimos los cambios sociales y las reformas políticas cruciales, sin la presencia de este pastor. Hemos llegado al punto en donde no importa que tan diferentes sean las coyunturas, ellos aún tienen todas las condiciones para surgir y ser legitimados por la población.
50. Pero, teniendo nuestra sociedad tantas experiencias fallidas referente a estos líderes, ¿cómo es posible que caigamos siempre en el mismo truco? La respuesta a ello pueden ser los mecanismos de legitimación que se usan en el caudillismo.
51. El nacimiento de un caudillo no es algo instantáneo, lleva su tiempo. Utiliza diversos mecanismos para verse legitimado por la población mientras aspira por un cargo donde pueda ejercer poder. Muchos usan el populismo, otros suman también su fuerza militar a la ecuación, e incluso, hay quienes utilizan su capital económico para ganar adeptos. Sin importar el modo, el fin es el mismo: ser considerado un líder dentro del imaginario político de los ciudadanos.
52. Para comprender estos esfuerzos de parte de estos cabecillas y sus allegados, se analizarán los mecanismos de legitimación que utilizaron cuatro caudillos a lo largo de la historia nicaragüense. Augusto C. Sandino, Anastasio Somoza García, Daniel Ortega y Arnoldo Alemán serán retomados, así como uno de los muchos medios con los cuales buscaron la aceptación del pueblo nicaragüense.
53. Cabe recordar que el objetivo de este trabajo no es profundizar sobre la vida de ellos, o sobre sus mandatos (si los tuvieron), ni mucho menos crear juicios de valor sobre sus acciones. Más bien, solo se limita a describir cómo surge el fenómeno del caudillismo en Nicaragua y cómo se ve legitimado.
43. Es más, casi pareciera que dejamos a un caudillo para caer en los brazos del otro. Incluso, se puede decir que no concebimos los cambios sociales y las reformas políticas cruciales, sin la presencia de este pastor. Hemos llegado al punto en donde no importa que tan diferentes sean las coyunturas, ellos aún tienen todas las condiciones para surgir y ser legitimados por la población.
44. Pero, teniendo nuestra sociedad tantas experiencias fallidas referente a estos líderes, ¿cómo es posible que caigamos siempre en el mismo truco? La respuesta a ello pueden ser los mecanismos de legitimación que se usan en el caudillismo.
45. El nacimiento de un caudillo no es algo instantáneo, lleva su tiempo. Utiliza diversos mecanismos para verse legitimado por la población mientras aspira por un cargo donde pueda ejercer poder. Muchos usan el populismo, otros suman también su fuerza militar a la ecuación, e incluso, hay quienes utilizan su capital económico para ganar adeptos. Sin importar el modo, el fin es el mismo: ser considerado un líder dentro del imaginario político de los ciudadanos.
46. Para comprender estos esfuerzos de parte de estos cabecillas y sus allegados, se analizarán los mecanismos de legitimación que utilizaron cuatro caudillos a lo largo de la historia nicaragüense. Augusto C. Sandino, Anastasio Somoza García, Daniel Ortega y Arnoldo Alemán serán retomados, así como uno de los muchos medios con los cuales buscaron la aceptación del pueblo nicaragüense.
47. Cabe recordar que el objetivo de este trabajo no es profundizar sobre la vida de ellos, o sobre sus mandatos (si los tuvieron), ni mucho menos crear juicios de valor sobre sus acciones. Más bien, solo se limita a describir cómo surge el fenómeno del caudillismo en Nicaragua y cómo se ve legitimado.
48. Como se ha abordado antes, la cultura política nicaragüense tiene los elementos suficientes para propiciar el surgimiento y fortalecimiento del caudillismo. También consta con los líderes carismáticos y los ciudadanos huérfanos necesarios para crear este fenómeno. Por tanto, no es de extrañar que nuestra historia esta colmada de este fenómeno.
49. Es más, casi pareciera que dejamos a un caudillo para caer en los brazos del otro. Incluso, se puede decir que no concebimos los cambios sociales y las reformas políticas cruciales, sin la presencia de este pastor. Hemos llegado al punto en donde no importa que tan diferentes sean las coyunturas, ellos aún tienen todas las condiciones para surgir y ser legitimados por la población.
50. Pero, teniendo nuestra sociedad tantas experiencias fallidas referente a estos líderes, ¿cómo es posible que caigamos siempre en el mismo truco? La respuesta a ello pueden ser los mecanismos de legitimación que se usan en el caudillismo.
51. El nacimiento de un caudillo no es algo instantáneo, lleva su tiempo. Utiliza diversos mecanismos para verse legitimado por la población mientras aspira por un cargo donde pueda ejercer poder. Muchos usan el populismo, otros suman también su fuerza militar a la ecuación, e incluso, hay quienes utilizan su capital económico para ganar adeptos. Sin importar el modo, el fin es el mismo: ser considerado un líder dentro del imaginario político de los ciudadanos.
52. Para comprender estos esfuerzos de parte de estos cabecillas y sus allegados, se analizarán los mecanismos de legitimación que utilizaron cuatro caudillos a lo largo de la historia nicaragüense. Augusto C. Sandino, Anastasio Somoza García, Daniel Ortega y Arnoldo Alemán serán retomados, así como uno de los muchos medios con los cuales buscaron la aceptación del pueblo nicaragüense.
53. Cabe recordar que el objetivo de este trabajo no es profundizar sobre la vida de ellos, o sobre sus mandatos (si los tuvieron), ni mucho menos crear juicios de valor sobre sus acciones. Más bien, solo se limita a describir cómo surge el fenómeno del caudillismo en Nicaragua y cómo se ve legitimado.
Augusto C. Sandino
54. Augusto C. Sandino fue un caudillo. Tenía el carisma y el respaldo armado, respondía a su coyuntura, así como mostraba atisbos de actitudes mesiánicas. Era líder de un ejército poco tradicional para ese momento y con fuertes ideales antiimperialistas, lo cual llamaba la atención de las otras naciones, llevándolas a considerar su figura como un símbolo.
55. Un ejemplo de esto es, Max Grillo, un poeta colombiano, quien escribe un texto que enaltece a Sandino como el “Hijo de Bolívar”. Al parecer, el escrito posee el objetivo de identificar a Sandino como un caudillo, no solo a nivel nacional, sino en función de toda Latinoamérica. Es fácil observar esta intención del autor en las tres últimas líneas del texto: “Diga usted a Hispanoamérica que mientras Sandino aliente, la independencia de Centro América tendrá un defensor. Jamás traicionaré mi causa. Por eso me llamo hijo de Bolívar” (M. Grillo, 1928, citado en S. Ramírez, 1981, p. 269).
56. Es evidente que este tipo de obras tenían el propósito de proyectar la figura de Sandino como el salvador que vela por la independencia centroamericana, convirtiéndolo en el protector de todos sus pueblos. También intentaban fundir la causa con su persona, para personificarla y permitirle a los ciudadanos crear vínculos emocionales con ella. Y para concluir, afirma que él ha heredado la lucha de un líder anterior, el cual es romantizado y alabado sin reparo, convirtiéndose en un ente igual de intocable que Bolívar.
57. En otras palabras, uno es capaz de percatarse que se hacía un esfuerzo para legitimar a Sandino internacionalmente, lo cual pudo haber influido a la imagen que construyó de él, incluso después de su muerte. Es hoy, y es posible que sigamos viendo a Sandino bajo un concepto irreal de su persona, perdonando sus errores y enalteciendo sus aciertos de forma poco crítica, lo cual nos deja un antecedente muy fuerte de caudillismo que no paramos de legitimar.
55. Un ejemplo de esto es, Max Grillo, un poeta colombiano, quien escribe un texto que enaltece a Sandino como el “Hijo de Bolívar”. Al parecer, el escrito posee el objetivo de identificar a Sandino como un caudillo, no solo a nivel nacional, sino en función de toda Latinoamérica. Es fácil observar esta intención del autor en las tres últimas líneas del texto: “Diga usted a Hispanoamérica que mientras Sandino aliente, la independencia de Centro América tendrá un defensor. Jamás traicionaré mi causa. Por eso me llamo hijo de Bolívar” (M. Grillo, 1928, citado en S. Ramírez, 1981, p. 269).
56. Es evidente que este tipo de obras tenían el propósito de proyectar la figura de Sandino como el salvador que vela por la independencia centroamericana, convirtiéndolo en el protector de todos sus pueblos. También intentaban fundir la causa con su persona, para personificarla y permitirle a los ciudadanos crear vínculos emocionales con ella. Y para concluir, afirma que él ha heredado la lucha de un líder anterior, el cual es romantizado y alabado sin reparo, convirtiéndose en un ente igual de intocable que Bolívar.
57. En otras palabras, uno es capaz de percatarse que se hacía un esfuerzo para legitimar a Sandino internacionalmente, lo cual pudo haber influido a la imagen que construyó de él, incluso después de su muerte. Es hoy, y es posible que sigamos viendo a Sandino bajo un concepto irreal de su persona, perdonando sus errores y enalteciendo sus aciertos de forma poco crítica, lo cual nos deja un antecedente muy fuerte de caudillismo que no paramos de legitimar.
Anastasio Somoza García
58. Anastasio Somoza García fue un caudillo que llegó al poder gracias a sus influencias en las élites nicaragüenses y a su aceptación por parte del gobierno de los Estado Unidos. Si bien no tuvo que recurrir a discursos populistas ni a campañas política para surgir como tal, sí se vio en la necesidad de utilizar mecanismos de legitimación ante la población.
59. Entre 1933 y 1935, mientras era director de la Guardia Nacional, Somoza dirigió unas publicaciones periódicas llamadas Guardia Nacional, Boletín del Ejército de Nicaragua, en que él y otros oficiales del ejército escribían sobre temas varios.
60. En estos boletines se podía observar como Somoza hacia un esfuerzo por presentarse como un hombre honrado, virtuoso y fuerte, con el fin de implantar esa imagen en el imaginario político nicaragüense. Así mismo, aplica ese mismo impulso, para legitimar a la Guardia Nacional, como la protectora de la patria. A continuación, se pueden observar estas dos tendencias:
61. Estos intentos son prácticamente propagandísticos, como los utilizados por Hitler y Stalin, pero se ven adaptados a las posibilidades económicas y tecnológicas de Nicaragua. Como se dijo anteriormente, los boletines eran las plataformas en donde se intentaba legitimar, no solo la figura de Somoza, sino también la presencia de la Guardia Nacional en el país. En ellos, se conceptualizaban como los vehículos para alcanzar la paz y la prosperidad, así mismo convertirse en quienes pueden proteger la integridad física y moral de la población. Es hoy, y aún muchos caudillos y políticos utilizan esta estrategia para conseguir el respaldo de los ciudadanos, pues se encargan de crear la idea en estos últimos, que son la única opción favorable para el país.
59. Entre 1933 y 1935, mientras era director de la Guardia Nacional, Somoza dirigió unas publicaciones periódicas llamadas Guardia Nacional, Boletín del Ejército de Nicaragua, en que él y otros oficiales del ejército escribían sobre temas varios.
60. En estos boletines se podía observar como Somoza hacia un esfuerzo por presentarse como un hombre honrado, virtuoso y fuerte, con el fin de implantar esa imagen en el imaginario político nicaragüense. Así mismo, aplica ese mismo impulso, para legitimar a la Guardia Nacional, como la protectora de la patria. A continuación, se pueden observar estas dos tendencias:
Estimo que yo, como el pueblo de Nicaragua, que ama la paz y el progreso […]. Así como la Guardia Nacional le ha dado protección segura en sus dos últimos viajes a esta capital, siempre estará lista a continuar con mayor eficacia, si caber pudiera, en esta línea de conducta. Nuestro honor de militares lo garantiza (A. Somoza García, 1934, en M. J. Schroeder, p. 52).
61. Estos intentos son prácticamente propagandísticos, como los utilizados por Hitler y Stalin, pero se ven adaptados a las posibilidades económicas y tecnológicas de Nicaragua. Como se dijo anteriormente, los boletines eran las plataformas en donde se intentaba legitimar, no solo la figura de Somoza, sino también la presencia de la Guardia Nacional en el país. En ellos, se conceptualizaban como los vehículos para alcanzar la paz y la prosperidad, así mismo convertirse en quienes pueden proteger la integridad física y moral de la población. Es hoy, y aún muchos caudillos y políticos utilizan esta estrategia para conseguir el respaldo de los ciudadanos, pues se encargan de crear la idea en estos últimos, que son la única opción favorable para el país.
Daniel Ortega Saavedra
62. Daniel Ortega es un caudillo “típico” se podría decir. Carismático, populista, paternalista, autoritario, nepotista y centralistas. También, es el líder del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), el cual es caracterizado por su fuerte antecedente de militancia, ideología definida y de haber sido participe en la revolución de 1979, la cual derrocó al dictador Anastasio Somoza Debayle.
63. Dentro y fuera del FSLN, Ortega fue construido y legitimado como cabecilla. Se le dio su apoyo y se le reconoció como un ejemplo a seguir, así como un hombre fuerte y justo. También, se le confiaron cargos cruciales durante la coyuntura en la que surge como líder y eso se confirma cuando se recuerda que él fue asignado para representar al FSLN en la Junta de Reconstrucción Nacional.
64. En el siguiente fragmento de una entrevista a Tomás Borge el 19 de julio de 1979, aun estando en León, se contempla cómo se esfuerza por legitimar la presencia de Ortega en la Junta de Reconstrucción Nacional:
65. Con esas palabras, Borge deja en claro cómo el fsln respalda a la figura de Ortega como un líder. Han construido un caudillo, el cual posee todas las cualidades de un héroe, y lo desean legitimar como el siguiente paso para restaurar la democracia del país. Bajo esta lógica, ante una nación que acaba de vivir las atrocidades de una dictadura, no hay mejor solución que darles este salvador en bandeja de plata, para hacerles sentir que alguien puede guiar su futuro.
63. Dentro y fuera del FSLN, Ortega fue construido y legitimado como cabecilla. Se le dio su apoyo y se le reconoció como un ejemplo a seguir, así como un hombre fuerte y justo. También, se le confiaron cargos cruciales durante la coyuntura en la que surge como líder y eso se confirma cuando se recuerda que él fue asignado para representar al FSLN en la Junta de Reconstrucción Nacional.
64. En el siguiente fragmento de una entrevista a Tomás Borge el 19 de julio de 1979, aun estando en León, se contempla cómo se esfuerza por legitimar la presencia de Ortega en la Junta de Reconstrucción Nacional:
Daniel Ortega es un viejo militante del frente, aunque él no es viejo, ha demostrado una firmeza revolucionaria a toda prueba. Es un compañero que nosotros queremos y respetamos profundamente. Y no es una casualidad que el Frente Sandinista de Liberación Nacional lo haya designado para formar parte de la Junta de Reconstrucción Nacional. Si hay alguien de verdad a quien nosotros respetamos, es a Daniel Ortega (Con La Historia, 17 de julio de 2018).
65. Con esas palabras, Borge deja en claro cómo el fsln respalda a la figura de Ortega como un líder. Han construido un caudillo, el cual posee todas las cualidades de un héroe, y lo desean legitimar como el siguiente paso para restaurar la democracia del país. Bajo esta lógica, ante una nación que acaba de vivir las atrocidades de una dictadura, no hay mejor solución que darles este salvador en bandeja de plata, para hacerles sentir que alguien puede guiar su futuro.
Arnoldo Alemán Lacayo
66. Arnoldo Alemán es un caudillo liberal, no militarizado que hace uso de un discurso populista. Su carisma se basa en sus orígenes humildes, y el cómo fue construyendo su propia carrera política prácticamente de cero. Para muchos, se volvió un ejemplo a seguir y les otorgaba esperanza de cambio.
67. Es más, cuando Alemán realiza su campaña política para la presidencia en 1996, él se basa en esta necesidad de las personas por un cambio y ataca a una de las mayores problemáticas de la época, el desempleo. Dentro de sus videos publicitarios se observaban frases como “vamos a generar empleos” y “juntos hagamos el cambio, Arnoldo Alemán presidente” (Campaña presidencial de Arnoldo Alemán, 1996). Lo que Alemán prometía en campaña era reflejo de las fallas de dirigentes anteriores. Fallas que los habían deslegitimado ante la población, la cual estaba más que desilusionada con sus líderes. Por ende, cuando Alemán surge, se presenta como el consuelo ante las decepciones generadas por los presidentes anteriores, y como en quien se pueden depositar las ilusiones y los sueños para el futuro del país. Se convierte en el nuevo mesías del pueblo nicaragüense.
68. Como se ha podido ver en estos ejemplos, los caudillos o sus allegados utilizan diversos mecanismos para legitimarse ante los ciudadanos. Hacen uso de plataformas como escritos literarios, publicaciones periódicas, partidos políticos y campañas presidenciales, entre otras, para construir una imagen de su persona que en teoría responda a las necesidades de la población en ese momento. Sin importar el medio en que se manifiesten, el resultado es el mismo, la devoción y lealtad a su persona.
69. Esto último funciona porque, como sociedad, estamos condicionados a sentir simpatía y confianza en ellos. Idolatramos su figura, creemos sus discursos y preferimos acceder a todos los vicios que conlleva la presencia de este líder fuerte, que el encontrarnos desamparados ante nuestras problemáticas. No hemos conseguido imaginar otra opción política y, por ende, los caudillos seguirán surgiendo y viéndose legitimados.
67. Es más, cuando Alemán realiza su campaña política para la presidencia en 1996, él se basa en esta necesidad de las personas por un cambio y ataca a una de las mayores problemáticas de la época, el desempleo. Dentro de sus videos publicitarios se observaban frases como “vamos a generar empleos” y “juntos hagamos el cambio, Arnoldo Alemán presidente” (Campaña presidencial de Arnoldo Alemán, 1996). Lo que Alemán prometía en campaña era reflejo de las fallas de dirigentes anteriores. Fallas que los habían deslegitimado ante la población, la cual estaba más que desilusionada con sus líderes. Por ende, cuando Alemán surge, se presenta como el consuelo ante las decepciones generadas por los presidentes anteriores, y como en quien se pueden depositar las ilusiones y los sueños para el futuro del país. Se convierte en el nuevo mesías del pueblo nicaragüense.
68. Como se ha podido ver en estos ejemplos, los caudillos o sus allegados utilizan diversos mecanismos para legitimarse ante los ciudadanos. Hacen uso de plataformas como escritos literarios, publicaciones periódicas, partidos políticos y campañas presidenciales, entre otras, para construir una imagen de su persona que en teoría responda a las necesidades de la población en ese momento. Sin importar el medio en que se manifiesten, el resultado es el mismo, la devoción y lealtad a su persona.
69. Esto último funciona porque, como sociedad, estamos condicionados a sentir simpatía y confianza en ellos. Idolatramos su figura, creemos sus discursos y preferimos acceder a todos los vicios que conlleva la presencia de este líder fuerte, que el encontrarnos desamparados ante nuestras problemáticas. No hemos conseguido imaginar otra opción política y, por ende, los caudillos seguirán surgiendo y viéndose legitimados.
Búsqueda del caudillo en la actualidad
70. En abril de 2018 estalló una convulsión social en donde salieron a la luz múltiples y complejas tendencias de la cultura política nicaragüense. Entre ellas, nuestra predisposición al caudillismo.
71. Si bien aún no se ha introducido el líder carismático que de forma mesiánica promete resolver esta coyuntura, nosotros como ciudadanos no hemos dejado de buscarlo incansablemente. Seguimos concibiendo la lucha social incompleta si no tenemos este líder fuerte e impetuoso que nos guíe. Deseamos que emerja, no importa de dónde. El nuevo héroe nacional, el próximo presidente o el mártir inocente, nos sirven para darle una cara a la crisis y crear un vínculo emocional y un compromiso social con ella.
72. Personificamos el posible cambio, comenzamos a idolatrar figuras y si una de estas se da la tarea de usar mecanismos para legitimarse, muy posiblemente seamos testigos del nacimiento de un próximo caudillo.
73. Estamos tan necesitados de tener una relación con cualquiera de esas figuras simbólicas, que comenzamos a proponerlos desde las plataformas políticas a las que tenemos acceso. Colocamos nuestra confianza en ellos y los alentamos a seguir con sus proyectos políticos. Muchas veces perdonamos sus fallas y enaltecemos sus acciones que según nuestro criterio representan valentía y honor. En pocas palabras, hemos llegado al punto donde solo la posibilidad de su surgimiento nos llena de esperanza y admiración.
74. Este fenómeno se ha logrado observar en la plataforma virtual Twitter, la cual ha tenido un papel crucial durante esta situación. En ella, las personas han tenido la posibilidad de mostrar su apoyo o desaprobación a los distintos personajes que han germinado en el trascurso de estos meses. Incluso, ante la falta de un líder determinado, los usuarios se han dedicado a proponer posibles candidatos de forma regular. Por supuesto, estos aspirantes son tomados en cuenta una vez que hayan realizado una acción “digna” del reconocimiento de los demás, como dar un discurso o enfrentarse a una autoridad.
75. Por ejemplo, la usuaria @AlfarosjsVero, asume que Carlos Fernando Chamorro es una persona honorable y asegura que la mejor opción para la presidencia de Nicaragua sería alguien como él. Ella escribe: “Yo pido a Dios que el próximo presidente en Nic sea una persona honorable como Carlos F Chamorro” (21 de julio de 2018).
76. Por otra parte, la usuaria @cachorranica, prefiere a Félix Maradiaga, y lo considera un excelente candidato para presidente. Ella comenta: “No se ustedes, pero para mi @maradiaga es un excelente prospecto a futuro presidente, al menos de mi parte, cuenta con mi apoyo total” (5 de septiembre de 2018).
77. En cambio, el usuario @antonioramirezr considera que si Lesther Alemán desea ser presidente en algún momento de su vida, él contará con su voto. Él afirma: “Si Lesther Aleman decide algún día ser presidente de este país. MI VOTO ES TUYO COMPADRE” (16 de mayo de 2018).
78. Ninguno de estos tres individuos es un caudillo, pero eso no nos detiene de intentar reconocer un líder de ese carácter en ellos. No nos importa la preparación política de estas personas o sus ideologías concisas, porque solo deseamos forzar nuestras expectativas en ellos, con el objetivo de poseer un guía en quien confiar.
79. Por ende, en esta coyuntura, si realmente queremos hacer un cambio deberíamos cuestionarnos si estas maneras de ver el liderazgo permitirán los avances que deseamos para nuestra sociedad. Como ciudadanos, debemos aprender a identificar los patrones no solo de los caudillos, sino de nuestra actuar mismo, y así observar que muchas de nuestras problemáticas provienen de nuestra cultura política y, que al final nuestros líderes son solo el reflejo de ello.
71. Si bien aún no se ha introducido el líder carismático que de forma mesiánica promete resolver esta coyuntura, nosotros como ciudadanos no hemos dejado de buscarlo incansablemente. Seguimos concibiendo la lucha social incompleta si no tenemos este líder fuerte e impetuoso que nos guíe. Deseamos que emerja, no importa de dónde. El nuevo héroe nacional, el próximo presidente o el mártir inocente, nos sirven para darle una cara a la crisis y crear un vínculo emocional y un compromiso social con ella.
72. Personificamos el posible cambio, comenzamos a idolatrar figuras y si una de estas se da la tarea de usar mecanismos para legitimarse, muy posiblemente seamos testigos del nacimiento de un próximo caudillo.
73. Estamos tan necesitados de tener una relación con cualquiera de esas figuras simbólicas, que comenzamos a proponerlos desde las plataformas políticas a las que tenemos acceso. Colocamos nuestra confianza en ellos y los alentamos a seguir con sus proyectos políticos. Muchas veces perdonamos sus fallas y enaltecemos sus acciones que según nuestro criterio representan valentía y honor. En pocas palabras, hemos llegado al punto donde solo la posibilidad de su surgimiento nos llena de esperanza y admiración.
74. Este fenómeno se ha logrado observar en la plataforma virtual Twitter, la cual ha tenido un papel crucial durante esta situación. En ella, las personas han tenido la posibilidad de mostrar su apoyo o desaprobación a los distintos personajes que han germinado en el trascurso de estos meses. Incluso, ante la falta de un líder determinado, los usuarios se han dedicado a proponer posibles candidatos de forma regular. Por supuesto, estos aspirantes son tomados en cuenta una vez que hayan realizado una acción “digna” del reconocimiento de los demás, como dar un discurso o enfrentarse a una autoridad.
75. Por ejemplo, la usuaria @AlfarosjsVero, asume que Carlos Fernando Chamorro es una persona honorable y asegura que la mejor opción para la presidencia de Nicaragua sería alguien como él. Ella escribe: “Yo pido a Dios que el próximo presidente en Nic sea una persona honorable como Carlos F Chamorro” (21 de julio de 2018).
76. Por otra parte, la usuaria @cachorranica, prefiere a Félix Maradiaga, y lo considera un excelente candidato para presidente. Ella comenta: “No se ustedes, pero para mi @maradiaga es un excelente prospecto a futuro presidente, al menos de mi parte, cuenta con mi apoyo total” (5 de septiembre de 2018).
77. En cambio, el usuario @antonioramirezr considera que si Lesther Alemán desea ser presidente en algún momento de su vida, él contará con su voto. Él afirma: “Si Lesther Aleman decide algún día ser presidente de este país. MI VOTO ES TUYO COMPADRE” (16 de mayo de 2018).
78. Ninguno de estos tres individuos es un caudillo, pero eso no nos detiene de intentar reconocer un líder de ese carácter en ellos. No nos importa la preparación política de estas personas o sus ideologías concisas, porque solo deseamos forzar nuestras expectativas en ellos, con el objetivo de poseer un guía en quien confiar.
79. Por ende, en esta coyuntura, si realmente queremos hacer un cambio deberíamos cuestionarnos si estas maneras de ver el liderazgo permitirán los avances que deseamos para nuestra sociedad. Como ciudadanos, debemos aprender a identificar los patrones no solo de los caudillos, sino de nuestra actuar mismo, y así observar que muchas de nuestras problemáticas provienen de nuestra cultura política y, que al final nuestros líderes son solo el reflejo de ello.
Consideraciones finales
80. A la luz de lo analizado en este artículo se puede concluir que, la figura del caudillo no surgiría en nuestro contexto si no existieran anteriormente las condiciones en nuestra cultura política para ello. Si el caudillismo se caracteriza por su tendencia personalista, autoritaria, nepotista, paternalista, populista y centralista, es porqué nosotros como sociedad asumimos que solo a través de esos vicios se puede ejercer el poder. En otras palabras, el caudillo es un fenómeno legítimo en nuestra cultura política porque está fundamentado en nuestras predisposiciones menos cuestionadas.
81. Así mismo, nosotros como individuos propiciamos su nacimiento. Puesto que, buscamos un consuelo ante la incertidumbre de la realidad y necesitamos un vínculo emocional para sobrellevar las crisis, colocamos nuestra confianza en estos líderes carismáticos y esperamos que nos regalen la clave de la salvación como lo haría un mesías.
82. Por ende, si realmente queremos realizar un cambio en nuestra historia, debemos analizar nuestra cultura política y la manera en que ejercemos nuestra ciudadanía. Comencemos a observar que es lo que legitimamos y porqué lo legitimamos, así como qué aspectos de nuestra vida le delegamos a nuestros líderes para que se ocupen de ellos por nosotros.
83. Muchos autores se refieren al fortalecimiento de las instituciones como la solución absoluta para evitar estos vicios y debilitar al caudillismo. Y en parte, tienen razón. Si se conforman entes fuertes, los cuales regulen el ejercicio del poder, se evitarán muchos abusos y se prevendrá que cualquier persona cometa arbitrariedades pasando por encima de ellos.
84. No obstante, también el actuar de los ciudadanos ayuda a consolidar las instituciones. Por medio del cuestionamiento de nuestra cultura política y de empezar a formular nuevas alternativas de organización, además de abandonar la idea del líder salvador, se puede reforzar la institucionalidad y evitar los brotes de cabecillas. Por ende, solo queda recomendar que, un buen inicio para este cambio puede ser identificar qué necesitamos transformar de nuestra cultura política y proceder en función de ello como ciudadanos activos.
81. Así mismo, nosotros como individuos propiciamos su nacimiento. Puesto que, buscamos un consuelo ante la incertidumbre de la realidad y necesitamos un vínculo emocional para sobrellevar las crisis, colocamos nuestra confianza en estos líderes carismáticos y esperamos que nos regalen la clave de la salvación como lo haría un mesías.
82. Por ende, si realmente queremos realizar un cambio en nuestra historia, debemos analizar nuestra cultura política y la manera en que ejercemos nuestra ciudadanía. Comencemos a observar que es lo que legitimamos y porqué lo legitimamos, así como qué aspectos de nuestra vida le delegamos a nuestros líderes para que se ocupen de ellos por nosotros.
83. Muchos autores se refieren al fortalecimiento de las instituciones como la solución absoluta para evitar estos vicios y debilitar al caudillismo. Y en parte, tienen razón. Si se conforman entes fuertes, los cuales regulen el ejercicio del poder, se evitarán muchos abusos y se prevendrá que cualquier persona cometa arbitrariedades pasando por encima de ellos.
84. No obstante, también el actuar de los ciudadanos ayuda a consolidar las instituciones. Por medio del cuestionamiento de nuestra cultura política y de empezar a formular nuevas alternativas de organización, además de abandonar la idea del líder salvador, se puede reforzar la institucionalidad y evitar los brotes de cabecillas. Por ende, solo queda recomendar que, un buen inicio para este cambio puede ser identificar qué necesitamos transformar de nuestra cultura política y proceder en función de ello como ciudadanos activos.
Lista de referencias
Alfaro, V. [AlfarosjsVero]. (21 de julio de 2018). Yo pido a Dios que el próximo presidente en Nic sea una persona honorable como Carlos F Chamorro. [Tuit]. Recuperado de https://twitter.com/AlfarosjsVero/status/1020907699196780544
Álvarez Montalván, E. (2003). Cultura política nicaragüense. Recuperado de http://www.enriquebolanos.org/media/archivo/CPEBG%20-%2011%20-%2001.pdf
Castro, P. (2007). «El caudillismo en América Latina, ayer y hoy». Política y cultura, (27). [pp. 9-29]. Recuperado de http://www.scielo.org.mx/pdf/polcul/n27/n27a2.pdf
Con La Historia. (17 de julio de 2018). Comandante Daniel Ortega 19 de Julio de 1979 [Archivo de video]. Recuperado de https://www.youtube.com/watch?v=VGwM5rcdaU8
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Schroeder, M. J. (2015). «Nacimiento del culto a la personalidad de Anastasio Somoza García en las páginas de los Boletines de la Guardia Nacional, 1933-1935». Temas nicaragüenses, (90). Recuperado de http://www.temasnicas.net/rtn90.pdf
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Notas al pie
* Lilliam Ríos es estudiante de Filosofía en la Universidad Centroamericana "José Simeón Cañas", en El Salvador. Sus áreas de interés son los estudios centroamericanos, el género y la pedagogía. Actualmente, investiga la revista Mujer Nicaragüense y a su fundadora, Josefa Toledo de Aguerri, en donde ella y otros autores, formulan un proyecto educativo, cuyo objetivo es construir mejores ciudadanos.
[1] Para leer más al respecto, consultar “El Caudillismo Americano”, en la publicación Revista de estudios políticos, de Antonio Carro Martínez, página 93.
[1] Para leer más al respecto, consultar “El Caudillismo Americano”, en la publicación Revista de estudios políticos, de Antonio Carro Martínez, página 93.